... de atmósfera espesahumedecida al vaporentre pijamas de seda.vapor sudoriento, asfixiante,pegajoso, dañino vapormarcando el camino eternohacia las vitrinas negras.antes de que asfixie tu vuelorecuerda...
recuerda tu historia,clavada en alfilereshacia las vitrinas negras.huye de presidios trenzados en sedasal a la vida y...,elevada en tu memoria, vuela, vuela.rompe los barrotes de hilo.abandona la celda de tintes violeta.antes de que el vapor abrase,revolotea crisálida, revolotea.es hora de romper,es hora de volver,de renacer, de vivir ...
... entre lo bucólico y lo hostil ...
... la clavó con alfileres entre cartulinas negras ..
Esto no sucedió en ninguna de las estaciones de metro denominadas "estaciones fantasma" fue en los andenes de una de las nuevas líneas recién inauguradas. Concretamente en la estación cerca de casa.
8:20 de la mañana del 29 de agosto de
este año 16 ahí en el andén de nuevo la mariposa blanca en el metro de Madrid;
chiquitina de vuelo torpe, como aprendiendo, se acercó a mi blusa floreada en
tonos naturales, se asomó y revoloteó a mi alrededor y descansó sobre el borde
del andén, y cuando se oyó el metro salió volando hacia el túnel como si ya
conociera el camino entre maletas, bolsas de viaje, sombreros de la gente
bronceada en vacaciones de una gran parte de los usuarios del metro, de caras
de lunes de esta mañana de finales de agosto ¿era de color morado?
Volví a ponerme la blusa de flores a propósito, para ver si, otra vez, se posaba en ella, y lo hizo, esta vez hasta tuvo la osadía de descansar en el cuello de solapa y luego subir hasta susurrarme al oído “tus flores no tienen perfume, ni puedo adentrarme entre sus pétalos, no tienen estambres, ni pistilos ¿por qué…?” o eso creí oír mientras recorría mi trayecto diario en el trasbordo de Canal, entre la línea siete y la línea dos, para mi asombro, ahí la vi por primera vez y no pude por menos de pararme a admirarla y a contemplarla en medio del vestíbulo, me pregunto cómo ha llegado hasta aquí, qué hacía en el metro una mariposa.
Ella revoloteaba a la altura de mis ojos, como llamándome la atención durante unos segundos, después se alejó y yo la seguí con la mirada hasta que desapareció en la oscuridad de los túneles. Es blanca, menuda, con el vuelo fatigoso, como aletargado. Esa lentitud en el vuelo me hace pensar que se siente presa que apenas si podrá respirar en este ambiente, bajo tierra, donde no entra la luz del día ni siquiera un delgado rayo de sol, aquí abajo siempre es de noche, una noche eterna poblada de prisas, de carreras, de luz artificial, de ruidos, una noche coloreada del estridente color amarillo que lucen las paredes. La mariposa blanca pone todo su empeño en encontrar la calle y vuela hasta quedarse sin fuerza, vuela ya como desorientada, de tanto planear por vestíbulos, túneles y pasillos. Al momento vuelve y revolotea entretenida por el sitio donde paran los músicos del metro y se queda ahí batiendo las alas como si danzara al son de la música. Otra vez he perdido el metro, otra vez, por quedarme mirando, por la ternura que me nace, por ver si consigo rescatarla, por la impotencia que me asola de no poder devolverla a la calle, a los parques, a los jardines a su hábitat.
Me encuentro con ella por las tardes,
a la misma hora, la veo más lejos o más cerca, pero tan frágil…, ha coincidido
que los días en que voy vestida con la blusa de flores, se planta delante de mí
agitando las alas, y luego se posa en mi hombro derecho, en mi hombro libre,
pues el hombro izquierdo lo ocupan el bolso y la cartera del portátil. Da la
impresión de que se para allí a descansar, en mi hombro derecho justo donde hay
una flor granate, con tallo y hojas verdes, estampada en el tejido de la blusa.
Debe creer que soy un trocito de campo en primavera que, como ella, se ha quedado
atrapado en el metro de Madrid. Y vuelvo despacio, la cara y la observo de
cerca, es tan pequeña… ¿qué comerá allí dentro, dónde dormirá? Y la dejo que se quede conmigo cuanto quiera,
es tan menuda que nadie repara en que va ahí subida en mi hombro, pero, al
igual que el otro día cuando se oyen los primeros ruidos del metro que se
acerca, sale volando hacia el vestíbulo y yo siento que he empezado a quererla,
por aquella ternura que me invadió desde
el primer día que la vi, que probablemente yo también le inspiro cariño a ella
aunque hayan sido los colores de mi blusa los que la atrajeran hacia mí, creo que, en mi hombro,
se siente protegida, un poco más cómoda,
como más segura; pero, cuando se
empiezan a oír los primeros silbidos del metro entrando en los andenes levanta el vuelo como asustada y de repente
la veo como si fuera un trocito de papel blanco llevado por el viento en
paralelo al tren, absorbida por la
inercia que despiden los vagones. Y la sigo, corro tras ella, temo por ella.
Cuando el metro se paró cayó como desfallecida, revoloteando en círculos por el
suelo y cuando estuve a punto de
atraparla voló, otra vez, hacia el túnel oscuro. Yo permanecí apoyada en la pared que demarca
el túnel hasta que la perdí de vista. Me quedo pensando una vez más que su afán
de volar hacia el túnel es encontrar una salida. Me dio por creerme, del
todo, que ese era el mensaje que
intentaba trasmitirme. Por eso ahora llevo en mi bolso un tarro de cristal con
dos flores naturales dentro y, cuando se acerque a mí, a mi blusa floreada, le
mostraré el tarro y si ella elige entrar la llevaré conmigo a casa. Y ocurrió, y no lo dudó, entró en el tarro,
se cobijó entre las dos flores sin hacer ademán de escapar de allí. Estaba tranquila, como si dentro del bote se
sintiera a gusto, la miré y la admiré y las dos nos miramos a través del
cristal. Se había sentado, sí, se había
sentado sobre un pétalo con las alas desplegadas en reposo, las patitas
colgando, estiraba y ondulaba las antenas moradas…, la miré todo lo cerca que
me fue posible, sí, eran de color morado como lo eran también sus patitas, de
un morado aterciopelado precioso, ella también me miraba, yo sentía sus ojitos puestos en mí como sonrientes,
como agradecidos y como si me mirara a través de unas gafas…
Ahora está en mi terraza acristalada entre las plantas, entre el tarro de flores, acostumbrándose a la luz natural, a los rayos del sol, revolotea entre los tiestos y entre las flores fucsia de los dondiegos. Poco a poco ha ido recuperando vigor, tamaño, resistencia. Me gusta tenerla allí, verla a diario por casa, pero no deja de estar atrapada, y ya viéndola fuerte siento que tengo que abrirle la ventana, por si desea su libertad perdida y se asoma a la calle, y vuelve a entrar, y se asoma de nuevo y vuelve a entrar y una mañana ya no estaba.
Un día de lluvia volvió y se quedó en la terraza hasta que salió el sol y un arco iris muy grande. Iba y venía,
venía a las horas que ella sabía que yo estaba por casa, y las dos hacíamos
como que jugábamos entre las flores y,
un día, en el cristal empañado de la terraza, garabateaba con sus patitas
arañando el vapor del cristal, como escribiendo como contándome cosas y creí
poder leer entre la neblina del cristal “en el Paraíso de las mariposas” yo le hablaba como si hablase conmigo misma,
le hablaba de mí, de mi chico, de
todo, hasta que apareció el frío
y ya no la vi mas.
Después de que la mariposa
desapareció y no antes, me dio por pensar que se parecía a Virtu mi amiga y
compañera de colegio, la niña de los labios morados Virtu, la niña que siempre
tenía frío, la que dijo la “profe” que
estaba malita a punto de morir, y que si
moría, moriría de nada porque ni el doctor sabía de qué. Pero lo que era seguro que si la niña
fallecía, iría al Paraíso.
Virtu, siempre decía que a ella le
hubiera gustado ser una mariposa blanca…, que, si existieran las reencarnaciones a ella le gustaría volver a
la vida convertida en mariposa, sí, en una mariposa de color blanco y poder
volar y vivir entre las flores…
¿Y si fuera ella, y si fuera
Virtu…? Y me he sentado a esperar,
esperaré hasta que regrese del Paraíso de las mariposas cualquier primavera.
La despertó el timbre del teléfono
móvil. Era Virtu, la niña de los labios morados.
-¡Clara! Que soy yo, Virtu ¿es que te
has quedado dormida? Te he mandado seis
wasap para que me lleves las gafas de sol que olvidé ayer en tu casa ¡Claraaa!
Te recuerdo que hemos quedado con nuestros chicos, y que salimos de viaje
¡espabila anda! que solo faltaba que perdiéramos el avión, ya te vale, bonita,
ya te vale.
Clara, al otro lado del teléfono
intenta volver en sí, trata de prestar atención a Virtu. Hace esfuerzos por sacudirse una especie de
sopor que la invade, se despereza y llora poniendo cara de risa mientras
balbucea, Virtu… Virtu, sí…,las gafas…
-Pero yo he visto, de verdad, una mariposa blanca en el metro de Madrid, la veo muchas tardes, cuando vuelvo del trabajo, en el trasbordo de Canal entre la línea dos y la siete.
………………….. isahdezgil...................
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